martes, marzo 16, 2010

¿Se pude ser cristiano sin iglesia?

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PONENCIA DESARROLLADA POR EL DR.EBEHARD HELLER Y PUBLICADA POR LA REVISTA EINSICHT (AGO.2000)

La siguiente ponencia se preparó para una mesa redonda sobre el tema „¿Ser cristiano...sin Iglesia?", en el marco del programa de la Universidad Popular de Ottobrunn Nota:

(Munich), que el 22 de abril de 1999 dirigió su director, Karl Eisfeld, en la casa de Wolf-Ferrari en Ottobrunn.

Para una mejor comprensión interna, pero también como preparación para un tratamiento posterior y más intenso de este problema, a continuación de la ponencia querría explicar más detalladamente la propia situación eclesiástica que resulta para nosotros a partir de la sedisvacancia (vacancia de la Sede), así como el paso final que se desprende de la ponencia: „E1 dilema (de la falta de autoridad eclesiástica y la obligación de restituir la Iglesia como institución), a mi entender, sólo puede resolverse si el conjunto de todas las actividades correspondientes anticipa esta restitución, con la reserva de una legitimación posterior y definitiva a cargo de la jerarquía restablecida."

Cristo no ha fundado su Iglesia como una mera comunidad de fe cuyos miembros sostienen las mismas convicciones, sino preferentemente como institución sagrada para continuar Su obra de salvación. La Iglesia Una tiene en la persona de San Pedro y en las de sus sucesores la autoridad máxima para el ejercicio y la custodia del ministerio doctrinal, pastoral y sacerdotal, una autoridad que Pedro recibió directamente de Cristo. Sólo la Iglesia está legitimada por Cristo para administrar el tesoro de la revelación, sólo en ella conoce el cristiano la verdadera voluntad de salvación de Dios.

En consecuencia, ser cristiano de modo íntegro no sólo consiste en confesar las máximas de fe reveladas y aceptar determinados principios morales, sino también aceptar y recibir los medios de salvación que Cristo instauró, y especialmente los sacramentos administrados por la Iglesia como institución sagrada, a través de los cuales al cristiano le es otorgada una participación ciertamente oculta, pero no obstante real (personal) en la vida divina.

Se podría pensar que para ser cristiano basta en lo esencial con creer en Dios, que se ha revelado en Jesucristo, y en seguir las prescripciones morales correspondientes. El cumplimiento de estos postulados, para el que no se precisa de Iglesia alguna, sería suficiente para poder designarse como cristiano.
Esto es un error. No se trata sólo de limitarse a tomar verdaderas determinadas máxima de fe, de cumplir ciertos sacramentos, sino de la aceptación del ofrecimiento salvador de Dios, que mediante su muerte expiadora ha dado a los hombres la posibilidad de unificarse de nuevo con El: se trata de sellar la nueva alianza. Sellar esta alianza sólo es posible mediante la aceptación de los medios de salvación que da la Iglesia, en especial sumándose al Sacrifico de la Misa que celebra la Iglesia. Salus extra Ecclesiam non est,"no hay salvación fuera de la Iglesia" (Cipriano de Cártago, carta 73, capítulo 21): esto significa que Cristo confía las verdades y los medios de salvación sólo a la Iglesia que El instauró, y que sólo a ella la ha legitimado para administrarlos para la salvación de las almas. Quien sabe del carácter de la Iglesia como institución sagrada verdadera y la única legítima, no puede apartarse de ella, ella es necesaria para la salvación. La concesión de la salvación a través de la Iglesia es voluntad de Dios, y no una arrogancia humana.

Ahora bien, se objeta que la Iglesia como institución sagrada falsea su misión, que defiende sus propios intereses, que se transforma en un mero instrumento de poder que aterroriza psíquicamente a los creyentes con sus exigencias morales; los miembros de su jerarquía serían frente a sus creyentes quienes menos practican lo que ellos mismos exigen de éstos: amor al prójimo, etc. Por este motivo, a menudo los mejores cristianos habrían abandonado la Iglesia -o como dirían ellos, la Iglesia ministerial-, para dedicarse al cumplimiento del ideal cristiano sin las cargas falseantes de la Iglesia.

Como hemos dicho, sólo la Iglesia está legitimada para cumplir mediante la administración de los sacramentos el presupuesto para la obtención de la salvación, para volver a ser incluido en la alianza con Dios. Por eso, sin los medios de gracia que ella administra y que son los que posibilitan en primer lugar la participación en la vida divina, una vida religiosa fracasará a causa de la Iglesia. Este camino les está vedado a los cristianos -pese a toda crítica justificada a ciertos ministros- también porque de este modo el papel central de la Iglesia respecto de Dios, con quien se supone que quieren estar unidos, y porque con ello también se alejarían implícitamente de Dios.

Pero, al margen de ello, cabe lanzar la pregunta de si podría plantearse una situación en la que pudiera parecer justificado apartarse de la Iglesia ministerial actual, aun aceptando la pertenencia a la Iglesia instaurada por Cristo como condición necesaria para la salvación.

Según las explicaciones que hemos dado hasta ahora, debería haber quedado claro que la Iglesia, en su autocomprensión, sólo puede y debe considerarse a sí como institución sagrada de Cristo. Los ministros correspondientes son sólo administradores -y no los poseedores- de los medios y las verdades de salvación. Los creyentes tienen la posibilidad de examinar si los edictos y los decretos de la jerarquía correspondiente obedecen a esta voluntad divina, puesto que ésta se ha revelado y rige de modo inmodificable. Un rechazo de la jerarquía actual sólo estaría autorizado si ésta falseara y manipulara directa y ostensiblemente las verdades y los bienes de salvación confiados a ella, si traicionara la herencia y la misión de Cristo. Pero este rechazo no significaría un abandono de la Iglesia como institución sagrada, sino sólo una particular prueba de lealtad hacia Cristo, la cabeza de la Iglesia, a quien en esta situación extrema le sería concedida la prioridad. En el caso citado, en calidad de cristiano se tendría no sólo el derecho, sino también el deber de tener en cuenta el hecho de la traición y la apostasia de la jerarquía y de volverse contra los representantes de una Iglesia profanada y mutada en una institución que no tiene salvación y a la que ya no se podría reconocer como autoridad legítima.

Un caso semejante de traición a las verdades de fe centrales, por cuanto yo sé, se ha planteado en el Vaticano Segundo, se ha hecho ya manifiesto en él y posteriormente se ha continuado (como "evolución desde arriba"). En "Nostra Aetate", Art. 3, se dice por ejemplo: "La Iglesia considera con estima también a los musulmanes, que adoran al Dios único, al Dios vivo y que es en sí, al Dios misericordioso y todopoderoso, el creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres." Dios, que en Cristo se nos ha revelado a los hombres, se equipara aquí con Alláh, que fue anunciado por Mahoma, es decir, se niega el carácter único de la revelación de Cristo. En el curso de la llamada reforma litúrgica el rito de la misa se falseó de tal modo que las celebraciones con arreglo al nuevo "Novus Ordo Missae" ya no operan la salvación. (Acerca de esta reforma, el propio cardenal Ratzinger ha hablado de "destrozo" -en el prólogo a Gamber, Die Liturgiereform, Le Barroux 1992, p. 6- y de "quebranto de la liturgia" -La mia vita, ricordi 1927-1997, Roma 1997).

El sincretismo que hoy propaga Juan Pablo II ("Judíos, cristianos, musulmanes, todos ellos creen en el mismo Dios") no sólo niega implícitamente la revelación de Dios en Cristo -y con ello también la Trinidad de Dios-, sino que además reduce la representación de Dios a una mera imagen teísta. Por contra, Cristo dice:"Nadie viene al Padre si no es a través de MI" (Juan, 14, 6). Pues "quien no tiene al Hijo, tampoco tiene al Padre" (Juan 2, 23). Es decir, quien no tiene a CRISTO, el Hijo de Dios, tampoco tiene a Dios-Padre. La verdad viva se sacrifica a los empeños por una unidad de las religiones. El hecho de la apostasia de la jerarquía ha encontrado su versión eclesiásticamente vinculante en la declaración de vacancia de la Sede romana de Su Eminencia el Monseñor P. M. Ngo-dinh-Thuc, antiguo arzobispo de Hue (Vietnam), que éste promulgó en Munich el 21 de marzo de 1982.

Ahora bien, se puede objetar: aquellos que consideran la institución actual de la Iglesia no legitimada, también han caído con ello de facto en aquella situación que ellos mismos designan como ilegítima: vida religiosa fuera de la Iglesia, o mejor dicho "Jglesia".

A ello hay que decir: aunque los creyentes y sacerdotes que han permanecido fieles a la fe cristiana se vieron confrontados -sin quererlo- con la apostasía que se estaba llevando a cabo, no pueden apelar simplemente a un estado de emergencia y hacer lo que quieran, sino que tienen que intentar terminar con este estado, que para ellos viene definido por la falta de una institución, mediante la restitución de la Iglesia como institución sagrada, demostrando en ello su actuación religiosa y eclesiástica como legitimada por la Iglesia. No obstante, de aquí resulta un dilema.

Por un lado falta en la actualidad la autorización eclesiástica necesaria para el cumplimiento de esta tarea, y por otro lado el cumplimiento de esta tarea es el presupuesto necesario para el restablecimiento precisamente de esta autoridad eclesiástica. El dilema, a mi entender, sólo puede resolverse si el conjunto de todas las actividades correspondientes anticipa esta restitución, con la reserva de una legitimación posterior y definitiva a cargo de la jerarquía restablecida.
„Extra Ecclesiam milla salus est" (Cipriano de Cártago)

Esta constatación que el obispo Cipriano de Cártago promulgó en la carta 73, capítulo 21, y que ha de servirnos de divisa en las reflexiones que siguen, es la respuesta más adecuada al problema planteado en una mesa redonda el 22 de abril de 1999 en Ottobrunn, moderada por Karl Eisfeld
sobre el tema: „¿Ser cristiano sin Iglesia?", a la que también fueron invitados representantes de nuestra corriente y sobre la que redacté la comunicación anterior, en la que quise compendiar nuestra posición, esto es, la posición de los sedisvacantistas.

Aun cuando la pregunta precedente -„¿Ser cristiano sin Iglesia?"- se dirigía preferentemente a personas que, por los más diversos motivos, se habían distanciado del ministerio eclesiástico oficial (por ejemplo a causa de la supuesta paralización de las reformas, de una decepción personal o de una esclerosis espiritual, o mejor dicho, de una "intolerancia" en cuestiones de fe pero sobre todo también en cuestiones de moral), la pregunta de antes y la respuesta de Cipriano tienen que aplicarse en una medida particular también a nuestra situación, con sus problemas específicos.

Las realidades hay que juzgarlas sobriamente: también nosotros (bien que no por culpa nuestra, sino por culpa de la "revolución desde arriba") nos hallamos en la situación de (tener que) llevar nuestra existencia cristiana fuera de la Iglesia (como institución sagrada), mas también para nosotros rige el principio de que "extra Ecclesiam nulla salus", "no hay salvación fuera de la Iglesia": el centro misal en X no es la Iglesia, el Padre Y no es la autoridad, aunque pueda participar de ella si a partir de ella se legitima a sí mismo o legitima sus acciones -en un sentido que aún hay que describir-.

¿Cómo habría de ser esto posible? Hemos de someternos a una institución (la Iglesia) que (a causa de la apostasia de la jerarquía) ha dejado de existir como institución legítima. Reconocer este dilema significa ya dar un paso en la dirección correcta.
Cabría objetar que pese a todo se tienen sacerdotes y obispos que administran los sacramentos, que aseguran la sucesión..., y que eso ya basta para la salvación de las almas. Por lo demás, nadie tendría la culpa de que la jerarquía haya apostatado, y en ningún caso se podría inculpar de ello a los sacerdotes que han permanecido fieles, o bien limitarlos por ello en su actuación justificada y también legitimada.
De hecho, estos sacerdotes que han permanecido fieles han conservado los plenos poderes sacramentales a través de la consagración (de las consagraciones), pero les falta la encomendación concreta, el mandato, la legitimación a cargo de la autoridad -en último término a cargo del Papa- para poder ejercer estos poderes plenos. Por citar un ejemplo: un obispo que quiere trabajar para la perduración de la Iglesia consagra a un sacerdote. ¿Cómo justifica éste su actuación pastoral, la lectura de la Santa Misa, la confesión, etc.? Apela a la encomendación del obispo que lo ha consagrado. ¿Pero quién ha encomendado a éste obrar en el sentido de la Iglesia? ¿De qué dependería a su vez la encomendación de su sacerdote? ¿En qué autoridad se apoya?

Pero -se objeta con razón- falta la autoridad. Y como esta circunstancia no puede ventilarse en una discusión, los legalistas, esto es, aquellos que dirigen su atención a puntos que son supuestamente relevantes en un sentido primariamente jurídico, llegan a la conclusión de que si bien se puede seguir obrando por sí mismo en un sentido religioso, hay que guardarse de ejercer toda otra actividad, por ejemplo la restitución de la Iglesia, el mantenimiento de la sucesión, etc. Por cuanto respecta a los clérigos, desde este punto de vista estaría estrictamente prohibido administrar los sacramentos -salvo in extremis, es decir, en caso de riesgo de muerte-.

A esta posición no se le puede denegar una cierta coherencia. Sin embargo, yo no puedo compartirla, y en concreto por el siguiente motivo: las disposiciones jurídicas no hay que tomarlas por sí mismas, no son fines en sí mismos. No pueden llevar a una reducción ad absurdum de la verdadera definición de la fundación de la Iglesia como institución sagrada. Suprema ley salus animorum, "la ley suprema es la salvación de las almas". A los apóstoles Cristo "los envió a anunciar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos" (Lucas 9, 2). Nuestra pregunta es, pues, cómo se puede realizar con la ley la encomendación misional de Cristo ("Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. Quien crea y sea bautizado, se salvará; pero quien no crea, se condenará" -Marcos 16, 16-) mediante la Iglesia (pues sin ella no hay salvación) y bajo las circunstancias actuales (ausencia de una autoridad encomendante).

Quiero anotar que con la respuesta a esta pregunta se está pisando una nueva tierra teológica, pues en la historia de la Iglesia jamás se dio una situación semejante. Visto formalmente aparece el siguiente problema: se reclama algo que (ya) no hay, o mejor dicho, que todavía no ha vuelto a haber: la autoridad, pero que sin embargo debe volver a haber, restituida a través de diversos pasos procesuales que en sí mismos (todavía) no están legitimados (por la autoridad). Una solución de esta (aparente) contradicción sólo se alcanzaría anticipando el fin (la restitución de la Iglesia como institución sagrada) y categorizando los diversos pasos como provisionales hasta la restitución definitiva. Una justificación definitiva de este proceso de restitución sólo podría realizarse por medio de la autoridad restituida realmente. (Esta también era la concepción del ya fallecido obispo Guérard de Lauriers).

Esta anticipación del restablecimiento de la autoridad y de la Iglesia como institución sagrada y guardarse uno mismo de juzgar la actividad que conducen a ello (es decir, actividad bajo reserva de una justificación posterior) son a mi entender los presupuestos no sólo de todo intento de restitución, sino también de la administración legitimada por la Iglesia de los sacramentos y de la participación en ellos bajo las circunstancias dadas: y esto es lo único decisivo para la salvación de cada alma. Aquí se observa por un lado que fuera de la Iglesia no puede haber salvación alguna, es decir, que no se busca la propia salvación ni los medios de salvación en círculos sectarios, pero al mismo tiempo también se integra el empeño de poner fin a este estado privado de autoridad -y por tanto también "sin salvación"-. Y sólo bajo este presupuesto está permitida a mi entender una actividad religioso-eclesiástica (porque de este modo está justificada provisionalmente).

Hay que tener claras las consecuencias de orientar la propia vida religiosa sin referencia a la Iglesia, fuera de la cual no hay salvación alguna, de recibir, en el modo de un egoísmo consciente de salvación, unos sacramentos administrados por clérigos vagantes -¡e incluso aunque sean sacerdotes ordenados válidamente!- que, sin embargo, a su vez no pueden ser apostrofados sino como una "atención al cliente" de corte sectarista, que no sirve al bien de la Iglesia ni quiere edificarla, sino que preferentemente tiene en vista a su clientela. Estas personas simplemente no han sido encomendadas por nadie, es decir, por ninguna autoridad eclesiástica, ni tampoco están legitimadas para ello en el sentido indicado anteriormente.

No hay que engañarse: la recepción y la administración de los sacramentos no estarían autorizados por cuanto respecta a su efecto salvador, es decir, por cuanto respecta al misericordioso establecimiento de la relación con Dios: serían cuanto menos problemáticos, si es que no incluso ineficientes. (Nota: se recomienda analizar por una vez más detenidamente bajo este aspecto del flujo eficiente de gracia y del efecto de gracia la relación de sus llamados co-cristianos, que continuamente van a recibir los sacramentos de clérigos oscuros o bien sectarios. ¡Uno se quedará asombrado!)

Hago aquí una digresión, pues aquí se ofrece la posibilidad de explicar más detenidamente el término de "egoísmo de salvación" que tan a menudo utilizo, posiblemente incluso de modo impropio, para que no surja ningún malentendido. ¡Desde luego que el creyente tiene que esforzarse por la salvación de su alma! Para eso ha fundado Cristo su Iglesia como institución de salvación, para que aquellos que aceptan los frutos de su sacrificio en la cruz puedan sellar de nuevo la alianza con Dios (una alianza oculta, pero personal y real).

"Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás (es decir, los bienes de la vida diaria) se os dará por añadidura." (Mt. 6. 33). Pero esta oferta de salvación Cristo la ha transmitido a su Iglesia, y por eso sólo la hay dentro de la Iglesia, para que la consecución de la salvación sólo pueda cumplirse en ella, y no fuera de ella.

Pero fuera de la Iglesia se encuentran todos los sectarios y clérigos vagantes, es decir, sacerdotes -incluso sin comillas- que no están legitimados para la administración de los sacramentos, que no tienen la encomendación eclesiástica para ellos, pero que, en cambio, en los últimos tiempos han ofrecido sus servicios a diversos centros. Los creyentes sólo pueden recibir los sacramentos de clérigos que están dentro de la Iglesia y que actúan en ella. (Lo que esto significa en la situación actual lo he explicado antes.) Un egoísta de salvación es por tanto alguien que espera encontrar su salvación, y en particular los sacramentos, conscientemente extra Ecclesiam (fuera de la Iglesia), o digámoslo de un modo más prudente: sine Ecclesia (sin la Iglesia), es decir, de modo no autorizado -¡y sólo para sí mismo!-.

Se objeta esta posición de justificar la propia postura religiosa por medio de la anticipación de la reconstrucción de la Iglesia, pero con la reserva de someter las acciones emprendidas por medio de ello a un enjuiciamiento posterior, no es realista en vista de la mentalidad y del compromiso de la mayoría de los creyentes y clérigos, que apenas están dispuestos a colaborar en la reconstrucción, más aún, ni siquiera en la formación de la comunidad, por no decir ya a pensar en la efectuación de una elección papal.

Desde luego que veo las dificultades de la realización de tales empresas, que son tan grandes que toda una serie de creyentes ya se ha resignado. Pero hay que establecer una distinción entre la concepción justificada de una tarea y su realización. Aun cuando a esa tarea hayan de salirle al paso las dificultades más extremas, más aún, aun cuando, bajo determinadas circunstancias, haya que considerarla temporalmente como irrealizable, esto no significa que haya que renunciar a ella como tarea conocida correctamente. Pero es decisivo que me atenga a ella y que implore la asistencia divina para su realización... y entonces ya se hallarán caminos para ello. "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Pues quien pide, recibe; y quien busca, encuentra; y a quien llama, se le abre."

(Lucas 11, 9-10) Si quiero ayudar a un enfermo mas en ese momento me falta la medicina necesaria, no puedo "sellar" al enfermo como sano ni declarar que de nada sirve el deber de ayudar a personas enfermas sólo para "resolver" el problema de cómo procurarme una medicina.

Formulado en categorías éticas: el deber ser del deber en sí mismo justificado (es decir, el restablecimiento de la Iglesia) no puede no ser válido porque el ser fáctico concreto (es decir, los problemas teóricos y organizativos todavía no resueltos para su terminación, pero también la comodidad, el desinterés de los afectados, esto es, nuestras propias debilidades) se oponga a este deber ser. Formulado positivamente: el deber ser es válido (debe ser) con independencia de los problemas de su realización.

El problema principal de la restitución es con toda seguridad un problema mental. ¡La reconstrucción tiene que haberse verificado ya "en nuestras cabezas"! Y si nos encamináramos hacia ella con esta actitud, entonces también advertiríamos toda ocasión para la realización de esta tarea. Por ejemplo, la formación de una comunidad dentro de una región no debería plantear en realidad ningún problema particular: la cohesión regional del clero ortodoxo, que se reúna en torno de los creyentes y que se encargue de modo perdurable de la responsabilidad pastoral, del acuerdo y la organización del trabajo parroquial. Es ostensible que hasta ahora esto todavía no se ha logrado.

¿Qué hubiera sido de la Iglesia si los apóstoles y las primeras comunidades cristianas se hubieran comportado como nosotros lo hacemos en parte? ¿Acaso este edificio de la Iglesia no habría sido vencido ya tras poco tiempo por "las puertas del infierno" y ya sólo tendríamos noticias de él por algunos diccionarios de historia antigua? Hay que saber lo que se quiere: o bien ir dando tumbos en sentido religioso más o menos sin ninguna concepción para acabar cayendo cada vez más hondo en el medio sectario y sin salvación, o bien colaborar con una clara perspectiva o estrategia religiosa y eclesiástica en la reconstrucción de la Iglesia para poder (re)encontrar en ella la propia salvación.

Tomado de la revista alemana Tradicionalista Einsicht.Traducción por rl Dr.Alberto Ciria.

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